Pinceladas y reflexiones sobre la vida cotidiana a orillas del Mediterráneo

domingo, 31 de enero de 2010

La solución más simple

La otra noche se me tapó la pileta de la cocina. A la mañana siguiente tuve que salir muy temprano y pasé todo el día afuera, tratando, en vano, de desconectarme del problemón que me esparaba en casa. Cuando volvi, a la tardecita, no me quedó más remedio que enfrentarme con las aguas caprichosamente estancadas.

Lo primero que pensé fue llamar al plomero que había venido un par de semanas atrás, por el mismo percance, que se suponía que había solucionado. Me detuvo la certeza de que su dictamen sería, realizar un arreglo más grande y costoso. Ante este panorama aterrador salí corriendo al supermercado, del que volví, al mismo ritmo, con dos productos químicos cuya misión en esta vida es destapar piletas. Ambos ostentaban etiquetas que rezaban: 'para obstrucciones grandes'.

Aunque comunmente evito este tipo de quehaceres, un poco por espíritu ecologista y mucho por miedo, lo preferí ante la alternativa de implementar el plan B: desarmar la tuberia ubicada debajo de la pileta. Una amiga que lo hace regularmente me alentó a ponerme manos a la obra, pero yo sabia que con mucha suerte lograría desarmarla. ¿Rearmarla? Nunca.

Felizmente, una vez descartado el proceso químico como solución, en la negrura que veian mis ojos irrumpió una mancha colorada que fue tomando forma: ¡era una sopapa! El utensillo destapador surgió en mi mente cuando intenté preparme emocionalmente para el regreso del plomero. Entonces recordé que la primer frase que pronunció el buen hombre en su última visita había sido: "Sra, probó con una sopapa?"

En aquel momento su pregunta me desconcertó. Nunca le había atribuído virtud alguna a ese palito con cabeza de goma. Más que como una herramienta de trabajo, siempre lo había visto como una base sólida para armar un títere. Pero entre el regreso del plomero o desarmar la tuberia, opté por salir nuevamente, esta vez a los saltos, a comprar una sopapa, por primera vez en mi vida.

Y aquí llega la conclusión que originó el título de este post. Bastaron dos presiones sobre el agujero de la pileta para que las aguas emprendan una veloz retirada, cual si hubieran percibido que los sonidos de la flauta de Hamelín, las llamaban desde las profundidades. Tal vez bastó una pero eso no lo sabré nunca ya que repeti la operación de inmediato, convencida de que un intento no podría hacer gran cosa. Asi fue como aprendí que ante un problema, lo primero que hay que intentar es la solución más simple.


Ines Weller desdeisrael@gmail.com

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