Pinceladas y reflexiones sobre la vida cotidiana a orillas del Mediterráneo

miércoles, 24 de febrero de 2010

La voz de mando

Ayer viajé en colectivo (ómnibus), lo que hago muy de vez en cuando. Como estaba cansada opté por sentarme en un asiento que detesto pero que era el único que estaba disponible, de ésos en los que uno se sienta "al revés", o sea, mirando hacia donde uno viene, en vez de hacia donde uno va. Más allá del malestar físico que me produce esa ubicación, me molesta, por principio, el hecho de avanzar mirando lo que uno deja atrás.

De todos modos, esta vez me vino bien por la anécdota que paso a relatar. Apenas el ómnibus comenzó a viajar la señora que estaba sentada frente a mi me dice, con claro acento ruso: "UNO - UNO - CUATRO". Ni una palabra más, ni una palabra menos. Como yo me quedé mirándola, tratando de descifrar la consigna, ella empezó a repetirla con un tono cada vez más desesperado: "¡Uno - uno - cuatro!"; "¡uno - uno - cuatro!". Después de un par de veces, creí entender que me estaba preguntando si ése era el colectivo línea 114. Le dije que no, que ése es el "uno - uno - tres". Ella insistió, más atormentada aún, y acompañando la cantinela con ademanes que señalaban la calle. Finalmente entendí que me estaba preguntado, donde había una parada del colectivo "uno, uno, cuatro". Le dije que no sabía pero la señora rusa no tuvo tiempo de afligirse ya que inmediatamente la señora que viajaba a mi lado, de origen etíope le contestó: "Yo, uno - uno - cuatro", acompañando sus palabras con una sonrisa de oreja a oreja, mientras que con las manos le explicaba, con suma dulzura, estirando su brazo hasta rozarle la falda con la mano derecha, la cual volvió inmediatamente hacia ella, que se baje donde ella se baja.

No sé si la señora de Etiopía habló de esa manera por sus propias limitaciones idiomáticas o para asegurarse que su flamante protegida la entendiera perfectamente. La cosa es que ambas continuaron el viaje con una sonrisa en los labios. Una parecía más feliz que la otra. Después de menos de diez minutos, la señora etíope se paró con total seguridad, como quien realiza ese recorrido de manera rutinaria, y se fue hacia la puerta de adelante (lo que confirmaba la firmeza con la que se movía, ya que formalmente debía bajar por la puerta de atrás). La señora rusa se levantó y comenzó a seguir a su gentil guía, como todos los pasajeros que habíamos sido testigo del episodio esperáramos que hiciera.
Pero... mientras la señora rusa se aproximaba a la puerta de adelante un señor, de acento tzabar (nativo de Israel) sentenció: "En esta parada no, más adelante". La sonrisa de la señora desapareció al instante y dejándose llevar por el vozarrón viril, que evidentemente le inspiró mayor confianza que la de la pasajera etíope, se quedó arriba del colectivo, para comprobar, apenas éste retomó la marcha, que aquella, había sido la última parada en la que podía tomar el UNO - UNO - CUATRO. O sea, la mujer etíope sabía lo que decía. (No quiero ni imaginar la frustración de ésta cuando se descubrió sola en tierra firme).

Por lo general no acostumbro a poner las manos en el fuego por nada ni nadie pero esta vez, lo hago, apostando a que si hubiera sido al revés, si un señor con acento tzabar le hubiera dicho que se baje y una señora etiope a último momento hubiera "sentenciado" que no, que no era áquella la parada correcta, la señora rusa, nunca le hubiera hecho caso a esta última. No cabe duda, en el reino de los prejuicios, un vozarrón viril + acento tzabar lleva las de ganar.

Ines Weller desdeisrael@gmail.com

viernes, 12 de febrero de 2010

Paraiso para friolentos

Muchas cosas se pueden decir de Israel, menos que es un paraíso. Sin embargo, eso es lo que siento, por momentos, desde mi perfil de friolenta porfiada, cuando inmersa en la ola de calor que nos invade en pleno invierno, me paseo muy fresca con mi remera de algodón frente al televisor, mientras que desde la pantalla, las nieves de Washington y Berlín, con las cuales compartimos hemisferio, compiten por llamar mi atención. Reconozco que por momentos la blancura, tan bella como romántica, me llama, pero si lo pienso dos veces me quedo con nuestros días, mucho menos sexys pero más cálidos y diáfanos.


Ines Weller desdeisrael@gmail.com