Pinceladas y reflexiones sobre la vida cotidiana a orillas del Mediterráneo

viernes, 13 de abril de 2012

A la hora de elegir bando celular



Por esas afortunadas vueltas de la vida, hoy en día en Israel uno puede cambiar libremente de compañía de telefonía celular. Tal vez en otros países sea algo trivial, pero aquí es una bendita novedad. Esta reglamentación rige desde hace cierto tiempo pero el ímpetu que me llevó a dar el gran paso necesitó meses de incubación. Finalmente, el otro día me desconecté de la empresa a la que le había sido fiel desde que nací como usuaria de esta maravilla. Si mis hijos leyeran este post se reirían, ¿maravilla? Creo que solo quienes (aún) recordamos que alguna vez vivimos sin él,  valoramos el celular como tal.

Esto ocurrió durante la semana de Pesaj, teóricamente laboral pero que a juzgar por los "embotellamientos en todo el país" que reportan los medios, la mitad más uno pasea. Como odio los "pkakim" (del hebreo: embotellamientos) pero no quería incumplir el mandato nacional de ventilación masiva, caminé los 2 o 3 km que distaban de la compañía que ostentaba la oferta más primorosa.

Las endorfinas hicieron lo suyo y hacia el final de la caminata tuve un momento de lucidez: me percaté de que mi celular vivía entablillado. Por ende, a mi revolucionario pase se sumó el cambio de aparato. Al enterarme de que "mi" modelo ya no existía y tras el asombro que me causaron las opciones que me ofrecía el vendedor, sucumbí en la tentadora disyuntiva si elegir un modelo más de avanzada.

La vacilación me rememoró una charla que había escuchado unas semanas atrás. La conferencista predicaba en pos del reencuentro con la naturaleza, la conexión con nuestra esencia, etc.  y paradójicamente, al unísono, protestaba porque estando en un café "pierde tiempo" llamando al mozo/camarero (cabe aclarar que realmente aquí es un proceso algo prolongado) y proponía remplazar al buen muchacho por un menú digitalizado… Sumergida en la indignación que me había causado la experta en holística subyugada por la tecnología escuché la voz del empleado que me volvió en mí:

- Señor, no puedo atenderlo hasta que no termine con esta clienta…

Apurada por la impaciencia del empleado o por el iracundo recuerdo, o por ambos, se apoderó de mí una indomable y ahorrativa rebeldía que escogió el aparato menos "avanzado". 

Volví a casa ambivalente: triunfante, por haber logrado navegar contra la aceleración tecnológica y afines, y ruborizada de vergüenza porque a pesar del cambio, sigo jugando del lado de los desactualizados.



Ines Weller desdeisrael@gmail.com

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