Muchas especulaciones
se barajan en estos días en cuanto al origen o significado de la pandemia del
coronavirus. Si bien no suelo sumarme a este tipo de conjeturas, esta vez,
excepcionalmente, me urge compartir mi mirada de esta locura que estamos
viviendo.
Porque siento que si
tuviéramos la dicha, de que este rediseño del mundo transcurriese sobre un
escenario teatral, la obra podría llamarse: La revancha de los
introvertidos.
Lo digo con profundo
conocimiento de causa. Soy una de esas personas que, naturalmente,
tienden a guardarse todo para adentro: sentimientos, problemas, dificultades y
alegrías. Y en esta era digital
que nos toca vivir, nos vemos obligados a ir esquivando al "otro" no
solo en el mundo real sino también en el virtual. Abrimos un perfil en Facebook,
instagram, etc. para disimular nuestro ostracismo pero raras veces publicamos
algo personal. Nos basta compartir posts ajenos para sentimos "al
desnudo".
Disfrutamos de la
soledad como otros de una torta de chocolate. Necesitamos del silencio como
aire para respirar. Somos expertos en explicaciones diplomáticas para eludir algún
encuentro social. Porque sabemos que decir "prefiero quedarme sola en
casa" no es políticamente correcto y peor aún, puede llegar a lastimar. Y
si hay algo que no queremos, es herir a nuestros pocos amigos, que con no poco esfuerzo aprendieron
a respetar nuestras distancias, y nos acompañan a lo largo del camino.
Y en medio de nuestra
obsesión por preservar nuestra intimidad, como en un cuento de terror, llega el
coronavirus y con su gran e imperdonable crueldad, impone el
aislamiento a todos, sin diferencias de raza, género ni rasgo de personalidad.
Es verdad, a
nosotros, los introvertidos, nos resulta más fácil transitar la cuarentena preventiva
porque, de alguna manera, estamos en "nuestra salsa". Pero no se
preocupen mis queridos extrovertidos. Este apogeo nos va a durar poco. Muy
pronto, todo volverá a su lugar.
Ustedes, retomarán el habitual protagonismo y celebrarán encuentros humanos maravillosos. Y nosotros,
volveremos a nuestro silencioso rinconcito.
O quién sabe, capaz que después de este confinamiento obligatorio quedemos tan empalagados de nosotros mismos, que corramos a
abrazarlos.
¡Ojalá!
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