Días después de haber asumido el nuevo gobierno algunos ministros –aplicando lo que aquí se llama la “ley noruega”– renunciaron a sus bancas en la Knéset (Parlamento israelí) a favor de compañeros de sus respectivos partidos.
Si bien era un acto
legal, a mí me olió feo. Seguramente influenciada por la crítica generalizada
por el hecho de que esta movida incrementa el gasto público y suele ser vista
como un asunto netamente de “acomodar a amigos”. (A pesar de que, en la práctica, un
ministro no puede, realmente, desempeñar .sus funciones parlamentarias paralelamente a las
ministeriales.)
Felizmente, muy
pronto un muy agradable aroma de inclusión barrió con mi reacción automática … y
me hizo ver las cosas de otra manera.
Mientras miraba por
la tele el juramento de los flamantes parlamentarios, vi a Shirly Pinto, de 32
años, del partido Iemina, a quien se destacó durante la ceremonia por ser la
primera parlamentaria israelí sorda.
No solo ver su “Me
comprometo” –frase que pronuncia cada parlamentario al asumir el cargo–,
expresada en la lengua de señas, me emocionó mucho.
También la idea que
se me cruzó por la cabeza: ¡la inclusión es una excelente inversión!
¿Por qué?
Porque seguramente la
presencia de Pinto en la Knéset tendrá un gran impacto en toda la sociedad al
dar un ejemplo de cómo, adaptando algunos recursos sobre los que se explayaron
los medios (intérprete adjunta; reemplazar efectos auditivos por visuales,
etc.) se puede integrar a una persona sorda a la vida parlamentaria.
(Lo que más me alegró
fue imaginarme que al demostrar que eso es factible en tan respetuoso recinto,
seguramente repercutirá en otras esferas.)
Y también porque la
actitud inclusiva no solo los beneficiará a “ellos” sino a todos.
Quiero creer que
gracias a Pinto, la próxima vez que estando con una amiga hipoacúsica en una
confitería le pidamos a la moza, después de enterarla de la particular condición
de mi amiga, si tendría la gentileza de bajar el volumen de la música porque le
resulta literalmente insoportable, en lugar de recibir por primera respuesta una
mueca con la nariz como diciendo, ¡qué plomas estas mujeres! y por segunda, la
frase: “tengo que consultar”, nos conteste: “no hay ningún problema” y vaya
directito al dispositivo en cuestión y nos deleite con un armonioso silencio.
Pero aquí no termina
mi fantasía… En brazos del entusiasmo me animo a imaginar que con el tiempo,
siguiendo el modelo del "sector especial para fumadores”, se establezca la
norma de "sectores silenciosos para hipoacúsicos…"
De concretarse esta utopía, creo que todos saldríamos ganando...
No me sorprendería
que muy rápidamente se intercambiarían los carteles, y pasen el de “zona silenciosa”, adjuntado al apartado más pequeño, al salón central de la confitería,
al descubrir que curiosamente, los comensales prefieren conversar sin la
compañía de la estridente música de fondo con la que acostumbran
a aturdirnos por estos pagos, ¡quién saber por qué diablos!
Optimista empedernida me despido con un brindis ¡por la
recuperación del silencio!
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