Como era de esperar, en vísperas de las próximas elecciones gubernamentales –programadas para el 1 de noviembre 2022–, la grieta alrededor de la disyuntiva con o sin Bibi (como llaman todos acá al ex premier Benjamín Netanyahu) adquirió gran protagonismo.
Sin embargo, hoy, a raíz de la reciente Operación Amanecer, me urge hablar de otra de las tantas grietas que pululan por estos pagos, la que separa a la población de Israel en dos mundos: el de quienes vivieron durante esta escalada situaciones límites y un sinfín de dificultades y, a años luz de distancia, aunque a nivel geográfico está a solo algunos kilómetros, el de quienes vivimos en otro planeta, en el que no hubo alarmas, ni corridas a refugios, ni rutas cerradas, y el servicio de trenes continuó respetando (con su conocido albedrío) sus horarios.
Esto me recordó la frase que dijo mi hijo mayor cuando a los 4 o 5 años vio por primera vez el minúsculo lugar que ocupa Israel en el mapamundi: “Israel es un país chico por fuera pero grande por dentro”. (Aprovecho para sugerir a los padres jóvenes registrar estas “perlitas” de sus retoños).
Desde su mirada infantil me explicó entonces la paradoja de cómo un país-pañuelo genera brechas gigantes.
miércoles, 10 de agosto de 2022
El país es chico pero la grieta es grande
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