Foto: Haim Zach – Ofic, de Prensa del Gob Cada vez que veo a Yair Lapid en su relativamente flamante (¿y fugaz?) puesto de primer ministro siento un pellizco de emoción que nada tiene que ver con posturas políticas. Empatía pura.
Es
verdad que al asumir el rol de premier Lapid demostró que, a veces, los deseos
se cumplen, pero no fue eso lo que me “tocó”. En realidad, fue lo contrario.
Si
bien cuando comenzó su carrera política apuntaba hacia el “trono”, adivino que
años atrás, cuando el joven Yair daba sus primeros pasos en el exitoso carrerón
que hizo como conductor de TV, la idea de entrar en los zapatos de David Ben
Gurión, y colegas, no se le pasaba por la cabeza.
Este
tipo de situaciones, en las que nos descubrimos en un lugar con claras
connotaciones de crecimiento personal, al que nunca imaginamos llegar, me
conmueven.
Un
momento así viví cuando debuté, con manos temblorosas, frente al volante.
Recuerdo que al estacionar, después de mi primer viaje, sentí como si palpara
mi transformación, de mujer sin registro a mujer conductora… Con todas las
implicaciones de este cambio de categoría.
¡Cómo
podés comparar! pensarán, tal vez, al leer mi prosaico y modesto ejemplo frente
al desafiante "salto" que dio Don Lapid.
Pero
si hay algo que aprendí a lo largo de los años es que los logros no se pueden
comparar. Para mí, desde la perspectiva de mi punto de partida, sacar registro (y largarme a manejar) fue una hazaña gigante, no menor que la del susodicho al llegar a tan prestigioso puesto.
No
es tarea fácil, lo digo por experiencia, pero me parece que por aquí pasa la
clave: en lugar de valorar lo que hicimos en función de lo que hicieron otros,
valorarlo en función del itinerario que recorrimos hasta hacerlo...
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